Hoy encontré un amaranto gigante amarillo, de un verde limón intenso que, ahora en invierno, empieza a palidecer dando lugar a una tonalidad pálida que aumenta con el sol y le da brillo. 

Como si eso no fuera suficiente, su tamaño era sobrecogedor. Los amarantos son enormes y ya había visto con asombro hojas del tamaño de mi mano. Pero nunca uno tan alto sano y robusto como este que tenía enfrente. Era Gigante, me sobrepasaba por mucho, tocaba el borde superior de la pared alta, su flor llegaba hasta los cables de luz y más allá parecía tocar el cielo. Impresionante. Te invitaban a acercarte con su suave textura y pastel en color. Me pareció una planta gentil y amigable. No cabía de felicidad al descubrirla. La consideré un regalo por levantarme temprano y sobreponerme al frío de la mañana. 

La vi a oscuras. Regresé, obviamente, más tarde con la luz dorado de cuando el Sol sw dirige hacia el atradecer. 

Perfectamente sana, hermosa y perfecta, este amaranto creció como nunca antes había visto a otro. 

¡Claro que lo cultivaré! No dude ni un momento en coger semillas. Me decidí a poner mi máxim esfuerzo esta siguiente temporada de siembra, cuando el calor arrope al suelo y estén por venir las lluvias, erraticas, a plantarlo en mi jardín. 

Se que con los cuidados suficientes resistirá sequías y ahora veo que también inviernos ligeros. Me encantó ver esta planta. Me tomé un par de selfies con ella. No iba preparado para fotografías así que regresaré después más preparado a admirar a este gigante plumero mexicano. 

Si no conocen las flores de amaranto, se trata de unos racimos largos que salen desde un tallo principal o secundario y se extiende poco a poco a lo largo de éste, cada vez más su tamaño y consistencia desde la base Imagina varios tratando de barrer el cielo y juntos como un plumero.

Las flores se doblan en las puntas y salen todo alrededor. Le confieren una textura esponjosa, suave y extraña a la vez.